Da casi grima escribir esa tan prostituida secuencia de palabras: hoy hablar de sostenibilidad te hace parecer algo imbécil, bastante ingenuo y muy fuera de la realidad. El concepto es muy antiguo, básicamente se trata de no matar la gallina de los huevos de oro.
Con un objetivo básicamente social, como es maximizar la felicidad de la población, trataremos de dar los servicios sanitarios de la manera más eficiente posible, y una educación adecuada a ese fin. No estamos hablando de generar tontos felices, sino adultos que sepan gestionar sus emociones, tomar las riendas de su vida, resolver sus conflictos pacíficamente y asumir su propio papel en el cuidado de la salud propia y del medio en que viven.
Personas responsables que no pongan fuera de sí mismas la culpa de lo que hacen, que se interesen por conocer las consecuencias de sus decisiones, que asuman su parte de responsabilidad en todo lo que sucede a su alrededor, por acción u omisión, y que sean capaces de movilizarse para actuar en consecuencia.
Dejar de fumar, conducir con respeto, usar el vehículo privado con moderación, ahorrar energía, agua y recursos en general, colaborar en el reciclado o reducir la cantidad de residuos son actitudes a las que nos vamos a ver obligados, porque es de sentido común. El que lo veamos como imposiciones es una muestra de inmadurez impropia de estas alturas de la historia: es el niño que no quiere comer verdura y no quiere que su madre le explique nada al respecto. Nuestra salud, la viabilidad de la sanidad pública, la calidad ambiental del aire que respiramos, del agua que bebemos, de los alimentos que consumimos, exige que empecemos ya a cambiar esos comportamientos.
Al parecer, nuestros hijos serán la primera generación de la historia que tendrán una salud peor que sus padres, debido a la contaminación de los alimentos, del aire y del agua, y a la exposición a radiaciones. Llevamos lustros saltándonos a la torera el principio de precaución que en el marco de la UE nos autoimpusimos, para evitar frenar el desarrollo económico, olvidando la salud y el medio ambiente, y las consecuencias ya asoman en el horizonte. Definitivamente, abrámonos al cambio. No queda otra.
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