Exigimos que nuestros representantes
nos digan la verdad, a sabiendas de que muchas veces la verdad los
inhabilita como representantes nuestros.
Nos sorprende que nuestro presidente no
quiera dar explicaciones sobre los sobresueldos ilegales que su
tesorero dice que cobró mientras era ministro, pero ¿qué
explicaciones podría dar salvo negarlo todo? Cualquier otro
testimonio al respecto debería comenzar con su dimisión. Y Rajoy no
puede dimitir, porque no es él quien decide y todavía tiene trabajo
que hacer.
Yendo más allá, todo lo que hemos
aprendido en estos dos años, desde el 15 de mayo de 2010, nos ha
permitido ver claramente que los partidos que nos han gobernado desde
la transición defienden los intereses del gran capital, y no los
nuestros. Los de las grandes empresas, y no los de las Pymes o de los
autónomos, los del 1%, al fin, y no los del 99.
Siendo así, sabiéndolo como lo
sabemos hoy, ¿cómo, si no a base de mentiras, habrían conseguido
convencernos para que los votáramos mayoritariamente? ¿No es todo
ese discurso ininteligible del que tantos chistes hemos hecho, esa
verborrea insustancial musicalmente denunciada por Serrat o Les
Luthiers, la evidencia de la mentira que nos gobierna? ¿Quién de
nosotros aceptaría sin rechistar una explicación tipo Cospedal,
Rajoy o Floriano de su jefe, de un amigo, de su pareja, de su
empleado, de su hijo?
Nos mienten (y lo sabemos) porque
defienden intereses que no son los nuestros. ¿Cómo van a decirnos
la verdad? ¿Esperamos de verdad que nos digan “le voy a subir la
luz porque una gran empresa que nos paga las campañas electorales
tiene que recuperar su dinero”? ¿”Voy a hacer el AVE porque un
4% del presupuesto va para mi bolsillo”? ¿”Bajamos la jubilación
porque la gente no se anima a contratar planes de pensiones
privados”?
Así, los grandes partidos viven
instalados permanentemente en un discurso manipulador y mentiroso,
porque la verdad es casi siempre inconfesable, ya que casi cada una
de sus decisiones responde a intereses propios, partidistas o
personales.
Dicen que el sentido común es el menos
común de los sentidos. De igual manera, se ve que el tantas veces
invocado interés general es -en boca de los políticos- casi siempre
interés privado, y en ocasiones, un interés muy particular. La
pregunta es, ahora que lo sabemos, si vamos a mover un dedo para
cambiar las cosas, dar un paso adelante, implicarnos, y crear
opciones alternativas.