Cuando cursaba bachillerato (hace siglos!) ya los avances tecnológicos eran evidentes, y la mejora de la productividad llevaba a los futurólogos a imaginar para el siglo XXI la que dieron en llamar la civilización del ocio: “Con unas pocas horas de trabajo podremos producir en la mitad de tiempo lo que hoy fabricamos, por lo que en el futuro tendremos que pensar detenidamente cómo disfrutar de tanto tiempo libre”.
En algún momento erramos el camino. Alguien nos convenció de que era necesario trabajar mucho para tener un coche nuevo, una casa más grande, y después muchas otras cosas que, por no existir entonces, no sabíamos que eran imprescindibles. Yo debí golpearme la cabeza hace diez años y recordé la vieja idea, y consideré que efectivamente ese era el camino correcto, el único esquema social y ambientalmente viable en el futuro: trabajar menos y trabajar todos, y a cambio ganar menos, consumir menos y generar menos residuos.
Sin embargo, por lo general esta postura no ha recibido comprensión ciudadana (¿ganar menos? ¡si apenas llego a fin de mes!), ni atención de los medios, ni apoyo de los sindicatos, ni se ha incluido en el programa de los partidos políticos (ni siquiera los de izquierdas), que acostumbran a ir detrás y no delante de la opinión publicada.
Por eso, cuando el mes pasado vi a patronal y sindicatos firmar un acuerdo para evitar despidos en empresas en dificultades consistente precisamente en trabajar menos y trabajar todos, a cambio de ganar menos, tuve la feliz sensación de no estar loco, y de encontrarme tal vez ante el inicio de un cambio en la consideración social de esta idea: si todos vemos razonable esa solución para una empresa en dificultades, ¿por qué no habríamos de verla igualmente razonable para un país en dificultades?
Si tenemos un 20% de paro, ¿por qué no reducir la jornada laboral y los salarios en un 20%, y emplear a todos los parados repartiendo el empleo actualmente existente? No pude evitar comentar (como quien “se me acaba de ocurrir”) mi teoría con familia y amigos, obteniendo el consabido “¿ganar menos? ¡si apenas llego a fin de mes!”
Por eso, cuando a continuación el Gobierno con su reforma laboral abre la puerta a que el empleador nos rebaje el sueldo sin negociar, sin reducir el horario y sin incorporar desempleados, los miro de reojo pero no me atrevo a decirles nada.
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