No me avergüenza reconocer que hace
solo unos días aprendí lo que significa un “cisne negro”. Fue
en mi blog de cabecera “Crashoil” del gran Antonio Turiel sobre
el pico del petróleo, que hacía referencia al Covid-19 como un
cisne negro. Corrí a informarme a la wikipedia, y digamos que un
cisne negro es un suceso inesperado que lo cambia todo -a peor-. Una
catástrofe que desequilibra definitivamente la balanza, que rompe un
equilibrio -inestable- para obligar a un enorme cambio sistémico.
El matiz del “equilibrio inestable”
previo no es baladí, porque una tercera característica de los
cisnes negros es que -a toro pasado- son explicables. Había razones
ocultas, o escasamente difundidas, que nos podrían haber prevenido
de la posibilidad de tal suceso, o de sus efectos catastróficos
sobre la marcha de las cosas. Ejemplos de cisnes negros en la
historia podrían ser el inicio de la primera guerra mundial, los
atentados del 11S o la caída de Lehman Brothers en 2008. Supongo que
a nivel planetario, el meteorito que extinguió a los dinosaurios y
propició el dominio actual de los mamíferos podría también
considerarse un cisne negro.
El COVID-19 es una de esas catástrofes
anunciadas por los expertos, que viene a descolocar un sistema económico mundial que ya estaba
tocado por la crisis nunca superada de 2008, introduciendo más
entropía en un sistema energético que ya estaba en la espiral de
bajada de precios (destrucción de la oferta menos competitiva)
previa a la siguiente subida de precios (destrucción de la demanda
menos pudiente). Avisa Antonio que la bajada brutal del precio puede
hacer explotar la burbuja del carísimo fracking USA, y incentivar
inestabilidades en los países productores (los portaviones USA
frente a Venezuela serían un indicio a seguir).
En todo caso, la caída de la actividad
económica que se anticipa próxima a un 20% del PIB a nivel mundial, muy superior a la de 2008, y las
incertidumbres sobre nuevas oleadas futuras, sin duda alterarán los planes de personas e instituciones (aún no nos podemos hacer una idea), desatando las
cifras del desempleo y obligando, entiendo yo, a los gobiernos a tomar cartas en el asunto para
evitar que “chalecos amarillos” de todo el mundo se lleven
por delante ejecutivos e incluso sistemas políticos. Pienso que para
reconducir la situación tendremos que jugar la carta del Deus Ex
Machina.
La figura del Deus Ex Machina (este también lo aprendí hace unos pocos años) viene a ser cuando en medio de la
trama de una obra dramática (viene del teatro clásico) aparece
inopinadamente un dios salvador que arregla el problema. Hoy, en general, un personaje o suceso
que no había aparecido antes y que hoy suele criticarse como una
salida fácil del guionista (ese séptimo de caballería que llegaba
en el momento justo, las águilas gigantes del Señor de los Anillos
o cuando al final “todo era un sueño”).
Pues si, necesitaremos un Deus Ex
Machina, algo nuevo, diferente e inesperado que obviamente no
va a llegar del cielo. Algo inimaginable en el contexto actual,
inviable dentro de las normas asumidas, que habremos de inventar e
implementar. Algo que romperá esas normas desde arriba
para evitar que las rompamos desde abajo. Algo que nos permita salvar
a todas.
El primer paso ha sido dado. En el mundo
entero se ha priorizado la vida sobre el interés económico. Quizás,
seguramente, porque sin hacerlo ese interés habría sucumbido de
todas formas, pero incluso si ha sido por eso, ese movimiento supone
el reconocimiento de una debilidad. Existe una línea que ni siquiera
los grandes poderes económicos del planeta han podido traspasar: la
vida (muchas vidas).
Debemos aprovechar el momento. No
podemos permitir que se nos venda mañana la propia vida como una deuda
a pagar. ¿A quien? ¿Al poder financiero? ¿A los multimillonarios que
amasan su riqueza con el esfuerzo ajeno?
Situada la vida en el centro, tras la
todavía incalculable crisis gobal que vamos a enfrentar defendamos sin dudarlo una recuperación que mantenga la vida como vara de medida para cada decisión. La vida
digna, el mínimo vital garantizado para todas: nadie sin casa, nadie sin comida,
nadie sin agua, nadie sin energía, nadie sin calor, nadie sin
cuidados suficientes. Y añadamos: tampoco sobreviviremos si es a
costa del planeta. Esa reconstrucción no se sostendrá si es a costa de un
entorno saludable que la haga posible.
Nunca más el beneficio de los
accionistas como condición, nunca más un “no se puede” como
respuesta a las demandas justas, nunca más el IBEX o el PIB como indicadores. Nuevas brújulas para tiempos nuevos.
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