Ya un informe del Programa de Naciones Unidas para el medio Ambiente (PNUMA) del año 2007 denunciaba que la mitad de la comida que se produce en el mundo acababa en la basura, en un mundo con una sexta parte de su población pasando hambre.
Las denuncias continúan, pero la cosa
no cambia. Recientemente el interesante y meticuloso estudio “Pérdida
y desperdicio de alimentos en el mundo” financiado por la FAO en
2011, confirmó que, por ejemplo, el 25% de los cereales producidos
acaban en la basura de nuestros domicilios.
¡Piensa global
y actúa local!
Entre eso, el experimento que demostró
que los ratones subalimentados (vamos, que pasan un poco de hambre)
viven un 30% más que sus congéneres y la operación bikini, he
decidido hacerme freegano doméstico durante este mes.
Los freeganos (de free=gratis) son
activistas ambientales que denuncian la sobreproducción y el
desperdicio alimentarios surtiéndose de la basura (en general de restaurantes y
establecimientos comerciales). Yo de momento he decidido simplemente
alimentarme de las sobras de mi propia casa: no cocinéis para mi,
que yo como lo que sobró ayer (no penséis mal, tenemos un acuerdo: yo recojo la cocina después de comer).
¿Por qué en el mes de agosto? Porque
es un mes de descontrol, donde las familias crecen, las compras se
incrementan (aquello del por si acaso) y las rutinas desaparecen.
Todo ello lleva a un incremento enorme de desperdicio de alimentos en
nuestros hogares.
El pan, que no falte, pero luego nos
vamos a picar algo. La fruta que es muy sana, pero no entra después
de comer tanto. Las verduras y hortalizas, que adquirimos con tan
buena intención, y no encontramos el momento de cocinar. Los
yogures, las empanadas, queso, embutidos... Coño, hasta los pasteles
me estoy comiendo para que no se estropeen!
Olvidemos lo de la operación bikini:
en sólo una semana estoy engordando visiblemente.
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