lunes, 11 de noviembre de 2013

Sobre el barómetro del CIS: una píldora contra la depresión



Hay algo peor que sentirse agraviado, robado, y es sentir que nos mean por encima, que dicen que llueve y que nos lo creemos. Todos vemos lo que está pasando, sabemos que hemos entrado en un túnel cuya salida está muy por debajo del nivel en el que entramos, y que al otro lado nada será lo mismo. Sabemos que no tendremos un buen sueldo, que no dispondremos de las comodidades a las que estábamos acostumbrados, que no tendremos el nivel de vida de nuestros padres y que nuestros hijos tendrán menos comodidades que las que disfrutamos nosotros.
Personalmente, para mí eso no es en sí un problema, creo que va a ser algo general, ligado a la desaparición del petróleo de nuestras vidas y al consiguiente encarecimiento de la energía, y estoy dispuesto a vivir con ello. Soy partidario de un decrecimiento consciente y creo que podemos ser felices si se hace en un contexto de cooperación y justicia. Peo no es eso lo que está sucediendo: vivimos un atropello constante y nuestros sacrificios no se encaminan a mejorar la situación de los que están peor que nosotros, algo que sería justo y será necesario, sino al enriquecimiento obsceno de unos pocos.
Así las cosas, la mayor parte de la población se mueve entre la indignación y la resignación, o bien mantiene una suerte de resignación indignada, que resuelve recurriendo al pataleo y la maledicencia contra los causantes de nuestra desgracia. Al menos en eso estamos todos unidos.
¿Todos? ¡No! Las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) nos martirizan trimestralmente con la noticia de que si tuvieran lugar unas elecciones generales volvería a ganar el PP. Y eso nos hace retorcernos en nuestra desgracia y lo sentimos como sal en nuestra herida. Nos hace desear, como dijo el otro día Pérez Reverte... ¡que llueva napalm!
Ese resquemor es el que me ha llevado a leer los datos de la última encuesta para intentar entender por qué la gente -"con la que está cayendo"- sigue diciendo que en unas hipotéticas elecciones generales votaría al PP. Y ¿qué me encuentro? Pues que la gente no lo dice. Que la intención de voto al PP está en mínimos históricos. Que además ese descenso no se compensa con la subida del otro partido sistémico. Que, en definitiva, el bipartidismo, la alternancia, está herida de muerte. Este gráfico revela las respuestas de todos los sondeos desde el año 96:


En definitiva, es evidente que lo que dice la gente no es exactamente lo que publica la prensa. A partir de estas respuestas, los especialistas del CIS aplican sus modelos e interpretan que, aunque sólo un 12% de los encuestados digan que votarán al PP, al final lo harán un 35%. Sin embargo, la singularidad de la situación es evidente, y los modelos que se hayan empleado en el pasado para estimar el voto ciudadano pueden no ser muy válidos en esta situación.
Voy a dedicarle algo más de tiempo a este análisis, pero de momento me quedo con que no es cierto que la gente siga diciendo lo mismo, no es cierto que el apoyo explícito al PP se mantenga, y en definitiva, al menos un rayo de esperanza ilumina el túnel.

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